Álvaro Osés Arbizu. Alpinista y escritor. Tudela de Navarra.
Campamento en Tete Rousse. 10 de julio 2018
Cuando me propusieron ir al Montblanc contesté afirmativamente sin pensarlo demasiado, después me entraron las dudas: No hacía una actividad en altura desde 2005, unas semanas antes había hecho un test en la Pica de Estats que me demostró que podía acabar agotado después de 12 horas de marcha, además, el plan de ataque iba a ser una ascension alpina, con tienda de campaña, saco, esterilla y comida, sin aclimatación previa... eran suficientes incógnitas como para dudar del éxito de la empresa ¿Cómo respondería a ese esfuerzo mi cuerpo con un pie en la cincuentena? ¿Qué tiempo tendríamos en la ascensión? ¿me harían rozaduras las botas nuevas? ¿A qué huelen las nubes cuando te cae una tormenta del carajo?
Como último entrenamiento, la semana anterior al viaje, subí al Moncayo desde San Martin de la Virgen del Moncayo (1.800 mts. de desnivel) con peso suplementario en la mochila y un pinganillo en la bajada para escuchar el partido de la Selección. Lo mejor del fútbol ese sábado fue que pude estar en la cima media hora tumbado en absoluta soledad. A estas alturas, un lujo al alcance de muy pocos privilegiados. España jugó sin gloria y mi cuerpo, sin excesivas alegrías también, me brindaba un empate entre mi esfuerzo y el cansancio inevitable. Parecía no obstante que iba cogiendo la forma física necesaria.
Lo que no pude entrenar fue el trasero. Los más de mil kilómetros entre Sabiñánigo y Saint Gervais Les Bains del día 8 de julio fueron un pequeño tributo que pagamos sin rechistar y parando cada dos o tres horas como mandan los próceres de tráfico.
El lunes día 9 tuvimos un agradable día de descanso con paseo matinal por un bosque, comida en el pueblo, comprobación de los horarios del tren de cremallera e inesperada constatación de que se puede dejar el coche aparcado gratis delante de la estación del tren. No todo es sacar dinero al turista en el parque de atracciones de los Alpes.
Un baño en el lago adyacente al camping y sólo quedaba esperar a que Quique y Mónica regresaran de su ascensión al Mont-Blanc de Tacul para completar el equipo.
Todos los astros parecían haberse alineado para concedernos la cima. El primer día de ascenso el tiempo fue magnífico y la ventana de buen tiempo estaba anunciada hasta el viernes. Subimos los primeros 800 metros sin problemas y acampamos en la nieve cerca del refugio de Tête Rousse rodeados de bastantes tiendas, muchas de ellas de polacos que parecían buscar con ansia las condiciones invernales que tanto les gustan. Cenamos pasta, frutos secos y comida de fortuna.
La primera noche fue bien para todos excepto para Jesús que había bebido agua de un nevero con un refugio por arriba y tuvo que salir hasta siete veces de la tienda por des-composición. Nos levantamos a las dos de la madrugada, Jesús no pudo desayunar y Enrique y Mónica se fueron al refugio donde habían reservado el desayuno y la tienda de campaña en la que habían dormido. El famoso corredor de Gouter, también llamado por los españoles «La Bolera» estaba inerte. No caían piedras. La arista de Gouter estaba limpia de nieve, una ascensión de unos 668 metros con sirgas y estacas metálicas en la que también hay que estar atentos a las caidas de piedras, afortunadamente no subía mucha gente delante nuestra y, nosotros, como las condiciones lo permitían, decidimos también subir sin cuerdas para evitar a los de abajo sorpresas innecesarias.
Hay que reconocer que este año de abundantes nevadas también había contribuido a que no necesitáramos cuerda ni arneses para atravesar grietas que estaban bajo un manto espeso de nieve. Desde hace un año o así, el alcalde de Saint Gervais ha obligado a todos los alpinistas a llevar un material mínimo: arnés, casco, botas, piolet, crampones, etc... y la razón es la proliferación de personas que se creen poseídas por el espíritu de Kilian Jornet.
Álvaro Osés pasando cerca del nuevo refugio de Gouter.
Hasta el refugio de Gouter el tiempo fue frío pero soportable, yo subía detrás de la incombustible Mónica con una camiseta térmica y un forro polar grueso. Al asomarnos a la cresta de nieve que ya no abandonaríamos hasta la cumbre, el aire nos obligó a ponernos cortavientos y continuamos los últimos mil metros de desnivel sin problemas por unas pendientes de nieve no excesivamente vertiginosas para lo que yo me imaginaba y con la nieve en condiciones muy buenas.
Cota 4.000, refrigerio.
Arista de les bosses.
El momento de cumbre fue magnífico para todos. Para Jesús, que a pesar de su problema gástrico, llegó 20 minutos antes que el grupo era su segunda cima del Montblanc. Para los demás, era nuestro estreno en el techo de Europa Occidental y en mi caso, suponía conseguir la cima después de dos intentos, el primero de los cuales databa de 1996. No está mal para un Cabrónidas Andino cincuentón como me ha apodado Jesús en este viaje relámpago a los Alpes.
Como suele ocurrir en este tipo de aventuras, aún nos quedaba lo más complicado: el descenso. Después de muchas horas de bregar con la nieve refulgente y el calor de la bajada (horas interminables) volvimos al refugio de Gouter y, esta vez sí, entramos para celebrar la cima con una cerveza. A Quique el brebaje caliente que pagamos a precio de gulas le revivió de tal forma que no necesitó descansar mucho para retomar la arista de Gouter junto con Mónica. Jesús y yo nos echamos una siesta en el comedor y casi dos horas después emprendimos la bajada acompañados de un ruso que aparentemente confiaba en nuestro criterio.
El paso del corredor era muy diferente a las seis de la tarde que a las tres de la madrugada. Cada diez minutos aproximadamente, caían piedras de multitud de tamaños, algunas como armarios roperos que tenían la virtud de bajar golpeando otras muchas piedras que acababan en tromba justo en el paso que debíamos atravesar. Lo pasamos a la carrera, sin encordar y, en el caso de Jesús, sin crampones: tampoco eran absolutamente necesarios. Lo peor había pasado.
En el viaje de regreso oímos en la radio que habían prohibido el paso a todos los alpinistas que intentaran como nosotros la llamada Vía Real y que no tuviesen noche reservada en el refugio de Tête Rousse. Hasta cierto punto puedo entenderlo, vi a más de un español comentar que iban confiando en el buen corazón de los refugieros si la cosa se ponía seria porque no tenían solucionada la noche de regreso de la cima... una cosa es la aventura y otra la inconsciencia, si quieres la cima siempre puedes hacer como nosotros, cargarte como una mula y tirar para arriba como un cabrónidas cualquiera.
Jesús, Álvaro, Mónica y Quique.