ESAS
MONTAÑAS MENORES
Hay montañas que raramente formarán
parte del montañismo entendido como práctica deportiva para grandes gestas. Hay
montañas que apenas descuellan del campo del senderismo, montañas a las cuales
accedemos quienes por diferentes circunstancias no afrontamos retos memorables.
Esas montañas quizás consideradas menores bajo la óptica de cuantificar metros
de desnivel, tramos de peligro y otras condiciones del contexto de las
heroicidades son, sin embargo, parajes en los cuales algunos humanos nos
sentimos profundamente felices, hijos de una naturaleza que nos brinda el
premio de internarnos en rincones de la orografía de bajo riesgo y también en
parcelas de nuestra emotividad más particular.
Hay cumbres y parajes desterrados de
los mapas de las aventuras mayúsculas, escenarios que nunca figurarán en un
documental o serán objeto de un reportaje protagonizado por pulsos al músculo
que, sin duda, merecerán el aplauso del público. Pero en esos espacios modestos
a los que me refiero, hay hadas tímidas que salen al paso a jugar con nuestras
botas, duendes juguetones que se encaraman a nuestros hombros. En esos caminos
que son afluentes menores, itinerarios que en ocasiones se prolongan en travesías
de media o alta montaña –dimensione cada cual su periplo-, hay motivos sobrados
para el gozo de la impronta primaveral de las florecillas vergonzosas o del río
mayenco que se nos come los tobillos. En esos caminos a veces sin nombre,
escuchamos la voz del bosque, percibimos la elocuencia de su mirada otoñal, acariciamos
los copos de la nieve que a temporadas se desliza desde su podio hacia el valle
para que la pisemos con ilusión de niños.
En esas montañas que crecieron menos
que sus hermanas más potentes, viven y duermen ibones que nos miran como
botones de cielo, leyendas y ecos de quienes la historia y la memoria de los
siglos nos cuenta que sabían que tras esas leves elevaciones existían otros
montes, olas gigantes de piedra, quizás fronteras tras las que pronunciar sin
temor la palabra libertad.
Yo también soy montañera. Y lo soy
porque en cada recorrido inauguro la vida, lloro por la belleza que peligra
bajo la espuela depredadora y recopilo los versos llovidos desde un collado
hasta la pradera. Sí, yo también soy montañera porque correspondo al abrazo de
la niebla y al beso de la escarcha que aún queda en la mañana cuando la estreno
temprano.
No hay montañas menores. Menores, en
todo caso, seremos las personas si carecemos de sensibilidad para comprender
que la grandeza y la profundidad no se miden en metros sino en nuestra capacidad
para entregarnos a los paraísos que algunos descartan, en nuestro corazón
donde, en un ventrículo allende la carne portamos los recuerdos de nuestras
primeras excursiones, las imágenes –quizás ya fotos congeladas- de quienes nos
compraron una mochila, una cantimplora, nos forraban de recomendaciones y nos
preparaban bocadillos de tortilla maternal.
Algunos nunca someteremos las cimas
más altivas. Nunca arañaremos el cielo y las nubes para plasmarlos en la
instantánea de la proeza, pero esas cimas inalcanzables bajan fieles a nosotros
a través de sus siervas, esas cumbres discretas que presiden la magia que se
nos instala en el alma apenas comenzamos a planificar una salida al monte.
Victoria Trigo Bello Montañera y escritora.
EL MONTAÑISMO Y CANAL ROYA
Destrozar el territorio es materia sobre la cual socialistas y populares se ponen enseguida de acuerdo. La historia de calvarios fluviales y de despropósitos diversos contra la naturaleza, prueba lo fácil que les resulta alcanzar el consenso e incluso la unanimidad. En el caso de Canal Roya, además, cuentan con un chute económico de veintiséis millones de euros procedentes de una Europa demasiado confiada, por no decir ignorante, del destino que aquí aguarda a esos fondos.
Sería muy interesante que, aparte de la ya poco creíble retahíla de ventajas de apostar por la nieve –nieve que cada vez cae menos del cielo- para salvar al medio rural, aparecieran en medios de comunicación actores que optan por el silencio. Por ejemplo, creo que al nada despreciable colectivo montañero le gustaría conocer la opinión de la Federación Aragonesa de Montaña (FAM), que guarda un silencio nada razonable en una entidad que debería comunicar a la sociedad cuál es su postura respecto al futuro de incrustar ocho kilómetros de teleférico en Canal Roya, un lugar con indudable interés como espacio natural de primer orden.
Desde hace años, he comprobado en propia persona cómo mencionar aspectos de la ecología en el ámbito de algunos clubes de montaña es inmediatamente vetado. Ese afán de truncar el debate quizás obedezca a alguna consigna que obliga a considerar el monte únicamente como escenario para excursiones, travesías, fotos y poco más. No conviene meter en la mochila al anticristo de los interrogantes. Mejor el tupido y útil velo de callar.
Sin embargo, observo con satisfacción cómo a pesar de lo anterior, se abre paso un montañismo que rebasa la épica del músculo, un montañismo con amplitud de miras a esos horizontes física y emocionalmente grandiosos, un montañismo que entiende la fragilidad del territorio y sus valores y posibilidades como fuente de negocios sostenibles, sin matar a la gallina de los huevos de oro. Ese sector que cuestiona las bondades de alicatar el paraíso tiene que enderezar el rumbo de la FAM e invitarle a que siga el ejemplo de la Federación Española de Deportes de Montaña y Escalada (FEDME) que sin equívocos ha mostrado su oposición a la unión de estaciones de esquí.
No querría llegar a la conclusión de que actualmente la FAM es una vulgar expendeduría de tarjetas federativas y una simple agencia de actividades que no se entera -o no se quiere enterar- de lo que ocurre en el delicado terreno al que me refiero. No es mucho pedir que, si está a favor de triturarlo, al menos lo manifieste y razone.
A los partidos políticos minoritarios, esos del “sí pero no” -y viceversa-, los evaluarán las urnas. Yo, de momento, me conformo con preguntar a la FAM qué piensa de Canal Roya y por qué ese silencio tan incoherente con lo que figura en su propia web (www.fam.es) en el apartado del comité de naturaleza.