Martín Moliner
(Valencia)
Desde que comencé a conocer la naturaleza y en especial la montaña, me ilusionaba llegar a la cima y mientras mas alta fuese y mayor hubiese sido el esfuerzo mejor me sentía al alcanzarla. Más tarde, comprendí que este es el principio fundamental del montañismo y de las personas que nos apasiona el terreno alpino.
Aún me acuerdo del día que conocí a Jesús por el cual sentía una gran admiración ya que, mi padre me explicó que había subido grandes montañas de las cuales solo había oído hablar en libros y me parecían inalcanzables en especial el Mont Blanc, en aquel tiempo considerado el punto más alto de Europa con sus 4.809 mts. Esa admiración me hizo disfrutar de las excursiones y pequeñas ascensiones asequibles que hicimos con él a la vez que, a mi temprana edad me hacía sentirme un montañero más, despertando en mí la pasión por este deporte.
En los Pirineos, cada verano con mis padres, realizábamos ascensiones a diferentes picos en los cuales comencé a aprender y a saber desenvolverme con soltura en ella obteniendo una pequeña experiencia base, para, en un futuro, poder aumentar el nivel. Pasaron los años y después de alcanzar la cota 3.355 con el Monte Perdido y varios tresmiles asequibles del pirineo, mi familia me informó del proyecto de viaje a los Alpes con Jesús. Esto me ilusionó muchísimo ya que el proyecto incluía ascender a varios cuatromiles lo cual me volvía loco.
Siempre había visto los Alpes como un nivel muy alto y superior a los Pirineos, como una cordillera con una larga historia de ascensiones épicas a la vez que grandes tragedias, esto me excitaba. Por fin llegamos a Gressoney donde nos encontramos con Jesús y nos explicó las variaciones de las excursiones respecto lo inicial por el tiempo y la dificultad de algunos pasos como el Naso el cual en estas épocas del año se encontraba con una pared de hielo muy técnica y peligrosa para mi nivel de experiencia en hielo. Estaba viviendo un sueño, desde esa noche estaba nervioso por la primera ascensión al refugio Quintino Sella, de la cual había visto fotos y la ferrata por una pequeña cresta me daba bastante respeto puesto que de más joven había tenido momentos de bastante miedo por los pasos aéreos. Una vez allí, la ilusión y la pasión me hizo transformar el posible miedo en placer, disfrutando de cada paso por aquella preciosa zona, que solo permitía la admiración de quien se hallaba por allí.
Al llegar al refugio la sensación de nervios agradables aumentaba ya que el día siguiente estaba programada la ascensión a mi primer cuatromil, el Castore, del cual también había visto fotos y me transmitía gran respeto por su cresta final bastante aérea en las fotos, aunque mi padre y Jesús la consideraban, antes de la ascensión, un cuatromil asequible perfecto para mi escasa experiencia en nieve y hielo. La altura se hizo presente durante la tarde en la que no me sentía cómodo del todo y la cabeza presentaba un dolor suave, pero constante, que aumentaba la sensación de incomodidad. Aún así, la acogida del refugio y las únicas e impresionantes vistas del atardecer a 3.585 mts desde Quintino Sella disimuló el pequeño mal de altura ayudando a la aclimatación. Era mi primera vez en un refugio. También me hizo disfrutar del viaje ese primer contacto con el mundo casi profesional del alpinismo, que solo había visto en películas, e hizo aumentar mi exaltación y motivación de cara a la ascensión de mi primer cuatromil. En el refugio respiré por primera vez una sensación de profesionalidad y seriedad de los montañeros que agrupados con sus guías o entre grupos de amigos planeaban y comentaban la ascensión del día siguiente. Las caras rojas quemadas por el sol reflejado en la nieve, con las marcas de las gafas para la ventisca o el sol, reinaban la sala de estar del refugio, donde la multitud de idiomas hacia del refugio un popurri de culturas y países enriquecedor para cada uno de los que nos encontrábamos alli.
La noche fue larga ya que, conciliar el sueño a tal altura no fue tarea fácil. Con una suma de 5 horitas en total aproximadamente, a las 5,30 de la mañana bajamos a desayunar. En ese momento, viendo el despliegue de material de los diferentes montañeros, las caras de concentración y algo de respeto, puesto que algunos pretendían adentrarse en la ruta de los Lyskamm, me hizo darme cuenta que estaba entre profesionales del alpinismo y me hizo sentirme uno más. Disfrutando de esa sensación algo mezclada con sueño, sobre las 6,30 con la primera luz del sol comenzamos la ascensión en último lugar respecto el resto de cordadas que tenían el mismo objetivo. Aprovechamos así, para disfrutar de una buena y marcada huella que nos permitió ascender con facilidad pasando varias cordadas multitudinarias hasta llegar al comienzo de la cresta, donde hicimos la primera parada para abrigarnos y echar alguna foto. Estaba muy emocionado, a la vez que veía la rapidez con la que se aprende en las escasas horas que llevaba en los Alpes. Las posibles grietas habían rondado la cabeza de Jesús durante la subida al refugio, preguntando a los que bajaban por la ascensión al Castore para asegurarse de la seguridad en forma de huella marcada. Yo nunca había visto una grieta en un glaciar en persona ni tampoco me había despertado preocupación en los Pirineos puesto que, nunca había hecho excursiones exigentes en invierno. Esto aumentó mi concienciación del nivel en el cuál estaba codeándome.
Las grietas durante el glaciar fueron inexistentes aunque en la ascensión desde el refugio Gnifetti me cansaría de verlas hasta cuando visitabas el baño del refugio e incluso hasta sortearlas en el final de la ascensión de los últimos días. Comenzamos la cresta del Castore una vez remontamos el Felikjoch (4.093). La cresta del Castore superó las expectativas de mi padre y Jesús, y a mí me hizo perder el miedo a los pasos aéreos, disfrutando de la cresta y de las vistas. Se hizo necesaria la concentración por las pequeñas ráfagas de viento que nos envolvían y nos recordaban que nos encontrábamos a 4000 mts e intentábamos subir el Castore. Desde ella, vimos la pared de hielo del Lyscamm occidental aparentemente inexpugnable (desde mi visión inocente) en la cual había una cordada de unos 5 valientes que consiguieron superarla y se adentraron en la cresta para conquistar el oriental.
Finalmente, llegamos a la cima del Castore con una vista preciosa del Cervino que me emocionó. La cima no era muy amplia y se encontraba en pendiente por lo que la concentración seguía muy presente aunque la sensación indescriptible de felicidad, me hizo recordar aquel momento como uno de los mejores de mi vida que siempre recordaré.
Y por fin, había conseguido mi primer cuatromil, el Castore con sus 4.228mts.
Para terminar con este relato quiero agradecer a Jesús su amabilidad para llevarnos a tal sitio y confiar en nosotros a la vez que por hacerme descubrir en gran parte este mundo tan apasionante como es la montaña.
Martín Moliner Fran Septiembre 2016
ACUMUER-VILLANÚA, RECUPERANDO EL CAMINO
Un antiguo camino conecta los pueblos de Acumuer en el valle del Gállego (Aurin) y Villanúa en el valle del Aragón. Está muy cerrado por la maleza pero es de gran utilidad para ascender al pico de La Espata desde el valle del Aurin. Hemos empezado a cortar y desbrozar. La tarea se prevée larga y fatigosa pues para llegar al tajo ya echamos hora y media de marcha.
Al fondo la Peña Retona 2.771 m, cumbre de Partacua.
Serramos gruesas ramas de pino y podamos enebros y bojes. Acabas agotado y luego hay que regresar hasta Acumuer. Nos gustaría que estuviera listo antes del invierno para poder subir con raquetas al monte Bacún, 2.189 m.
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