Pene Esperracade 2.828 m, macizo de Neouvielle. Eperon nord (Jean y Pierre Ravier 1963) La ruta más lógica y elegante sigue el filo del espolón. Son 300 metros de desnivel y unos 450 metros de longitud. Cotación general III/III sup. Cero equipamiento. Roca a menudo imprevisible. Aventura total. Aproximación desde el Valle de Estaragné. Retroceder unos quinientos metros y tomar un sendero directo y empinado que desemboca en el valle mineral de Bassia Gran flanqueado por los picos Bugatet y Méchant con la Pene Esperracade en el centro. La roca predominante es el esquisto con vetas graníticas. Dos horas. Ampliar imágenes haciendo click.
El espolón norte de la Pene Esperracade es la número 76.
Largo en el zócalo de entrada, el más expuesto. Los pies de gato patinan en una amplia canal de hierba, muy empinada y sin posibilidades de aseguramiento. Por fortuna la hierba da paso a una roca más sólida, mezcla de granito y esquisto, donde se pueden colocar protecciones.
Enseguida que podemos nos encaramamos al filo del espolón. La roca mejora y tiene hermosos agarres. Hay que chequear cada presa de mano y cada punto de apoyo para los pies. Nuestra cordada de cuatro avanza con calma y constancia. Serán cinco horas para escalar el espolón. Necesitaremos unos diez largos de cuerda a 45 m.
Sección aérea y afilada. Atlética pero con buenos pitones de roca para proteger este tramo espectacular y divertido (III sup) al principio. La cosa empeora después, al final del largo, al empinarse la cresta de roca más fragmentada. Hay que arriesgarse y colgarse de bloques que "suenan" de modo inquietante. Ampliar imagen haciendo click.
La ruta prosigue ahora por el filo bien definido y elegante (III) en la parte más bonita de la vía, hacia la mitad del espolón. LLegaremos a un hombro. La continuación es evidente buscando el filo de esquisto rugoso cubierto de liquen. Esta ruta se hace muy poco, pero es más difícil que las famosas aristas Ferbos y Trois Conseillers.
Pasaje vertical, afilado y mantenido (III sup) última dificultad del Eperon nord de la Pene Esperracade. Una vez superado observamos que puede ser evitado por una canal herbosa que hay a la izquierda. Pero lo más elegante es sin duda el filo directo hacia la cumbre. Vale la pena.
Última brecha. El espolón se tumba y la cumbre ya está cerca. Se acabaron las dificultades pero el terreno de hierba y rocalla exige aún mucha atención.
Pene Esperracade, 2.828 m. Martín, Manolo y Jesús. Foto Marisa Bergua. 11 de julio de 2019. Es la primera ascensión española a esta ruda y áspera ruta Ravier del Pirineo central. Martín ha vivido hoy su primera escalada. ¡No está mal para empezar, ja, ja!
Cresta de bajada.
Couloir peligroso.
Esta ha sido nuestra ruta en el Espolón norte de la Peña Esperracade.
Para el descenso hemos seguido la cresta oriental, franca pero aérea y afilada en ocasiones, hasta un gendarme prominente antes de la brecha Bugatet. Cortos pasos de II y III con caída mortal, roca monolítica con líquenes amarillos. Las presas son francas. Hay repisas. Se pasa sin gran dificultad. Descender por la margen izquierda, hierba, de un angosto couloir de roca inestable cuyo tramo final en chimenea es obligado destrepar. Desemboca en la gran canal que desciende del Col de Bugatet al valle mineral de Bassia Gran. Localizar la traza a la carretera a Cap de Long. 3 horas.
Mi primera escalada
Mi experiencia en la montaña durante mis 20 años me ha brindado momentos únicos y mágicos. Cuando empezaba, a temprana edad, a subir pequeñas montañas y haciendo senderismo por Pirineos siempre era feliz, eso provocó varias recaídas cada verano. Esto fue posible gracias a mis padres que me dieron la posibilidad de descubrir este mundo tan extraordinario. Recuerdo alrededor de los 7-8 años, edad en la que seguía a mis padres sin saber a dónde nos dirigíamos, comenzar a caminar al principio de la jornada y observar un majestuoso pico, en ese momento sentía la ilusión de que fuera el objetivo al que nos dirigíamos, cuando preguntaba tímidamente a mi padre si era allí donde quería subir y su respuesta era afirmativa, en ese momento, me llenaba de felicidad. Al crecer y seguir visitando cada verano la cordillera, comenzamos a subir el nivel intentando coronar picos con algún grado más de dificultad o rutas con más picante. En esa etapa, me surgió un miedo desmesurado a algunas zonas con algo de pendiente o ligeramente aéreas, lo cual me preocupaba, al pensar que nunca sería capaz de escalar o llegar a picos emblemáticos que, desde pequeño, despertaron unas ganas salvajes por disfrutarlos. Por suerte, fue una etapa y conforme fui creciendo, cada vez disfrutaba más de las zonas donde había que trepar o desfilar por aristas aéreas.
De camino hacia el Pirineo en este viaje exprés, mi padre me comentó la idea de realizar una escalada al día siguiente con la prestigiosa compañía de Jesús. En ese momento, me invadió un sentimiento de tensión y nerviosismo agradable que me hacía querer que pasara la noche rápidamente para empezar la jornada. Después de una noche llena de paz, a la luz de las estrellas, en el aparcamiento del valle del Estaragne preparamos las mochilas con el material y comenzamos a caminar hacia el pene Esperracade. A través del bienestar que me proporcionaba la naturaleza, y la tensión de la previa a la escalada, iba caminando pensando en lo que me podía encontrar más arriba y preocupado por si estaría capacitado para solventar la vía. Al fin, conseguimos llegar a la base de la arista y el sonido del material y las cuerdas aumentaba la tensión en mí, lo cual me hacía realmente vivir la situación. Hubieron dos pasos en los que, desde abajo, no me terminaba de ver superándolos pero, en el momento, la motivación intrínseca de la montaña y la seguridad total de la cuerda me permitió alcanzar la reunión. Jesús abriendo la vía me dejaba fascinado con su destreza y, disfrutando de cada largo, llegamos a la cima del Esperracade. La satisfacción se apoderó de mí y una sensación de libertad me hizo sentirme en el nirvana por unos momentos. Siempre había deseado escalar, pero me daba mucho miedo no estar preparado para ello, el haberlo conseguido en mi cordillera favorita y con la compañía de mi padre, que nunca me falla, lo hace aún más especial. Mi primer cuatromil en los Alpes ya fue una marca para mi vida, donde Jesús ya fue partícipe, y ahora esta primera escalada también viene de su mano, por lo que solo cabe agradecerle enormemente enseñarnos y descubrirnos las maravillas del alpinismo. Conocí a Jesús con escasos 10 años y hoy, después de 10 años puedo destacar la gran admiración y aprecio que siento por él, gracias amigo. Cada momento en la montaña es único y para mí, es un mundo diferente donde se dejan los problemas, preocupaciones y estrés a un lado, para liberarte y disfrutar.
La primera vez siempre es especial, en la montaña también se cumple, por todo ello, mi primera escalada ha marcado mi vida.
Martin Moliner (Valencia)