miércoles, 21 de mayo de 2025

COTATUERO ORDESA. EL NEVERO QUE NO TUVE MÁS REMEDIO QUE ATRAVESAR

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 El día, no podía ser de otra manera, empezó con nervios pero todo fluyendo correctamente. La persona, desconocida para mi, que iba a llevarme a Ordesa no podía ser más interesante. Y llegó puntual. Surgió una conversación de esas que alimentan el alma. Me dejó en la pradera a las 6 de la mañana y el amanecer se estaba haciendo esperar. Nos reímos cuando dije que me daría más miedo estar sin compañía a esas horas en Barcelona que caminando por allí. Al empezar a andar entre los árboles la oscuridad era mayor todavía, aunque ya estaban los pájaros cantando a ese nuevo día que ellos saben intuir. Los nervios volvieron a aflorar cuando me dí cuenta de que me había pasado un desvío. Ya me ocurrió cuando fuimos a hacer el reconocimiento y localizar los puntos para los carteles. Jesús me dijo que fuese delante, y cuando me pasé la senda que subía a la derecha me dio el toque. Sin luz me pareció imposible encontrarla, y bendije mentalmente a quien me había enseñado a usar hacía poco la aplicación del IGM. Imposible perderse así. Cuando la senda dejó el abrigo de abedules y abetos la claridad se imponía. Al terminar la subida compartí el agua de la cascada de Carriata con los primeros sarrios que me sorprendieron a lo largo del paseo. Luego me estrené colocando un cartel. Poco antes de llegar al desvío hacia las clavijas de Buxton-Cotatuero habíamos encontrado un pequeño nevero la semana anterior. Lo cruzamos ayudados de un palo que improvisamos en el momento. Fue la primera vez que yo pasaba un nevero y me pareció fácil. Jesús iba delante, repasando la huella que había abierta, y el sol que en ese momento brillaba sobre la nieve la había convertido en una masa blanda, que te atrapaba. Cual sería mi sorpresa al llegar y verlo convertido en un tobogán de hielo que podía precipitarte a un abismo vertiginoso si cometías la torpeza de resbalar. Me acerqué y traté de clavar en la nieve helada el bastón que había llevado conmigo. Imposible. Las botas resbalaban si trataba de pisar. No había ni rastro de la sendita que la semana pasada lo cruzaba. Harían falta crampones y piolet para cruzar, y yo ni los tenia ni hubiera sabido cómo usarlos aunque los hubiera llevado. Lo que sí sabía era que quería colocar los carteles que advertían de que las clavijas de Buxton-Cotatuero iban a ser cortadas. Aunque las fajas superiores estaban todavía cubiertas de nieve y la probabilidad de que alguien fuese a hacer una ruta que las incluyese era prácticamente nula, una de las preocupaciones principales era advertir y que nadie corriera el menor riesgo. Bastante tragedia habían protagonizado ya esas clavijas desde que el acaudalado Buxton las mandó poner para emboscar a los soberbios bucardos, magníficas cabras pirenaicas que durante milenios habitaron las fajas superiores de esos impresionantes farallones. El “cazador” Buxton abrió el camino a todos los cazatrofeos que terminaron por exterminar al bucardo, utilizando las clavijas para sorprenderlos en su huida cuando eran espantados por ojeadores y perros de caza. El refugio que buscaron en las fajas de enfrente, más húmedas y umbrías y menos accesibles a los humanos, sólo sirvió para prolongar la agonía de su extinción. Afortunadamente, en mi casa el “culigán”, o desplazamiento arrastrando el culo, es deporte popular, y como el nevero al empezar a deshacerse había dejado un hueco entre la roca y la nieve, destrepé de la senda y fui avanzando bajo la nieve helada en posición sentada, utilizando manos y trasero para desplazarme por el túnel. Solo pasé miedo al llegar a la mitad del recorrido. El espacio se limitaba, la cornisa de roca se estrechaba y a mis pies había una especie de desagüe por el que cabía una persona sin problemas. No era cuestión de pensar en las consecuencias de una caída por ahí, así que presionando con los pies en la masa helada frente a mi, apretando el culo y moviendo las manos, en un periquete estaba al otro lado, dando gracias por salir con bien de la aventura. El resto fue coser y cantar. Al pie del sendero que sube a las clavijas, otro cartel. En el desvío que viene de la faja Canarellos y el bosque de las Hayas el siguiente, y a seguir disfrutando bajando hacia la pradera para terminar de colocar las señalizaciones, soñando con que somos capaces de devolver ese santuario a la naturaleza para que lo ocupe la prima hermana del bucardo, la Capra ibex, y que el delicado equilibrio del ecosistema que el Parque Nacional debe proteger se empiece a recuperar.

6 comentarios:

  1. Qué bonito relato y que gran trabajo. Muchas gracias

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  2. Arriesgó su vida porque desea el regreso de esos animales que fueron exterminados sin compasión.

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  3. Borraste los comentarios???

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  4. Por suerte las explicaciones las daras ante la justicia delicuente publico.

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  5. Por suerte las explicaciones las daras en el banquillo se los acusados, delincuente publico

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