La población más importante de urogallos del Sobrarbe habitaba en las praderas suspendidas que hay encima de esa gran peña vertical, alta de más de 300 metros, conocida como El Gallinero. Justamente así lo denominaban los paisanos de Torla; porque abundaban en ese santuario suspendido. Pero en 1881 casi toda esa población fue exterminada. Fue el principio del fin.
De paso que acorralaban y acribillaban a los bucardos, también aprovecharon para no dejar ni un solo urogallo vivo en las fajas herbosas del Gallinero una vez que, instaladas las clavijas de Cotatuero, los cazadores podían cerrarles el paso en su huida desesperada. Aquello fue una masacre horrible, atroz y criminal. Ahora mismo el Parque Nacional las ha reforzado con sirgas y pasamanos.
El principal y destacado responsable del exterminio de los bucardos y los urogallos del Santuario del Gallinero fue el británico Lord Buxton que contrató al herrero de Torla para instalar las malditas Clavijas de Cotatuero. Ordesa agoniza; además de los bucardos y los urogallos, también el oso, el lobo y el lince se extinguieron. Ordesa es un cementerio de la fauna salvaje; lúgubre y tétrico. Cientos de senderistas con su arnés y casco juegan a la aventura de pasar esas siniestras y mortíferas clavijas, equipadas y aseguradas con sirga de acero por el Parque Nacional, que tanto daño han hecho a la naturaleza de Ordesa. Si fueran conscientes del brutal y despiadado exterminio que propiciaron descubrirían que no hay ningún motivo de diversión.
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